miércoles, 8 de octubre de 2008

EL LLAMADO: SUS BENEFICIOS Y PROPÓSITOS. Efesios 2: 1-10

INTRODUCCIÓN

¿Es nuestra fe teocéntrica o egocéntrica?

Es decir, está nuestra fe centrada en Dios o en nosotros? A veces algunos nos acostumbramos a vivir una vida cristiana a medias. Nos conformamos con creer que “Cristo al morir en la cruz ya me garantizó el perdón de Dios” y ahora sólo me queda cumplir ciertas rutinas religiosas como asistir semanalmente al culto, y no cometer “pecados terribles”. En muchos aspectos nuestra fe ha sido egoísta porque estamos buscando con frecuencia el favor de Dios, su bendición para la satisfacción de nuestras necesidades, ya sean de orden material, emocional o de salud. Nuestra fe termina basándose más en solicitudes que en entregas y esa realidad se refleja en nuestras oraciones: clamamos todo el tiempo por satisfacción de nuestros intereses pero muy poco por los intereses de Dios. Hemos aplicado a nuestra relación con Dios la popular “Ley del embudo”: Todo para mi, poco para ti.

Y en medio de nuestro “evangélico” egoísmo vale la pena considerar la siguiente exhortación del hermano Holke:

“El mal de la teología evangélica protestante ha estado en pensar que la elección de Dios por nosotros tiene su propósito último y su significado final en la salvación del individuo. “Dios me elige a mi; Dios me ha salvado; yo soy el objeto de su elección; ¡Gloria a Dios¡ ¡Amén¡
¡No¡ Debemos mirar la elección no desde el punto de vista de lo que significa para nosotros personalmente, sino desde le punto de vista de lo que significa para Dios en el cumplimiento de su gran propósito eterno. Nosotros no somos el punto final en la elección de Dios, porque Dios nos elige con un propósito más allá de nosotros”

Hoy vamos a reflexionar sobre esto a partir de un hermosísimo texto de la Palabra que nos habla del llamado que Dios nos ha hecho. Para ello he dividido el mensaje en dos grandes momentos:

1. El “antes” del llamado ( donde examinaremos cuál era nuestra condición antes) y
2. El “después” del llamado (donde veremos nuestra condición ahora).

TESIS: “Dios nos llamó cuando estábamos muertos espiritualmente y nos dio vida en Cristo por su gracia para que anunciemos las riquezas de esta gracia y andemos en las buenas obras que él preparó de antemano”.

Lectura del pasaje: Efesios 2: 1-10

PRIMER MOMENTO: ANTES DEL LLAMADO

Bueno, para empezar, si vamos a hablar del “llamado”, es preciso entender su significado.

Llamado (llamamiento): Término cuyo significado teológico implica una invitación a servir a Dios con algún propósito específico. Implica también una relación directa entre Dios y el sujeto llamado. El llamado cristiano viene de Dios, a través del evangelio, para la salvación y el servicio.

Empecemos explorando lo que nos dice el pasaje bíblico de hoy acerca de nuestra condición antes de el llamado.

I. EVIDENCIAS DE LA MUERTE ESPIRITUAL

1. Evidencia: Permanecíamos en continua desobediencia. Manifiesta en 2 aspectos:

• Seguíamos la corriente de este mundo (v.2).
En verdad, antes de convertirnos a Cristo prevalecía en nosotros una tendencia a transgredir o violar la voluntad divina; y esta tendencia que dominaba nuestro ser hacía que nuestro espíritu fuera inoperante en cuanto a las cosas del Señor. Antes de conocer a Cristo éramos ajenos a los intereses de Dios como por ejemplo: su bondad, su amor, su justicia.

Seguíamos, para citar a Henry, como “peces muertos que siguen la corriente de las aguas”, comportándonos consciente o inconscientemente en oposición directa a la voluntad de Dios, en una actitud continua de desobediencia.

• Hacíamos la voluntad del diablo v.2
Antes del llamado, es decir, antes de tomar la decisión personal de seguir a Jesús, actuábamos en correspondencia con la voluntad del espíritu de la potestad del aire.
Juan 12: 31 nos sugiere que Satanás es el príncipe de este mundo, es decir es él quien inspira a aquellos que aún están muertos espiritualmente. Es quien alienta la ira, el egoísmo, la avaricia, el placer desenfrenado y el engaño. Es quien impone al mundo un estilo de vida donde impera la maldad y donde la desobediencia a la voluntad de Dios se levanta como un fin permanente.

2. Evidencia: Estábamos derrotados por el pecado (v. 3)

Esta derrota o incapacidad de dominar al pecado, nos dice el pasaje que era expresa en dos aspectos:

1. Vivíamos en los deseos de nuestra carne, es decir, conducíamos nuestra vida de forma tal que lo que más nos interesaba era satisfacer los deseos concupiscentes (las tendencias sexuales desordenadas) de nuestro cuerpo, entre estos: la lujuria, la fornicación, entre otros. Dice Leal: “La carne es una potencia interna y nuestra, nosotros mismos, en cuanto contrarios al querer de Dios y a los impulsos del Espíritu de Dios”.

2. Hacíamos la voluntad de la carne y los pensamientos; es decir, poníamos en práctica deliberadamente los malos deseos de nuestro corazón (la ira, la envidia, el orgullo, la hipocresía, entre otra larga lista) y también dábamos rienda suelta a nuestra mente envanecida (la soberbia, la necedad). Esto significa claramente, dice Foulkes, que “los efectos de la maldad y del egoísmo del hombre no están limitados a las emociones, sino que incluyen también a su intelecto y a los procesos del razonar”.

Entonces aunque sintiéramos a veces que nuestra manera de vivir nos traía problemas con nosotros mismos y con los demás, y aunque quisiéramos cambiar, veíamos cómo una y otra vez terminábamos sometidos al gobierno tiránico de nuestras pasiones. Y esta incapacidad de dominar nuestros instintos nos colocaba en posición de “derrota” bajo el dominio del pecado.

Ahora bien, en este orden de ideas lo más crudo del asunto ya había llegado porque nos dice Pablo que en esta condición “éramos por naturaleza hijos de ira”. Y esta situación de muerte espiritual nos exponía entonces a una consecuencia.

CONSECUENCIA DE LA MUERTE ESPIRITUAL: EL JUICIO DE DIOS. v. 3b
La condición de muerte espiritual en la que antes vivíamos nos traía como consecuencia el JUICIO, es decir, el castigo de Dios, la condenación.

SEGUNDO MOMENTO: DESPUÉS DEL LLAMADO (AHORA)

Lectura de v.v. 4 – 6

PERO, PERO!
Jorge Atiencia dice que hay palabras en La Biblia que son tan pequeñitas que pueden pasar inadvertidas. Son palabras que tal vez no contengan un gran significado teológico como podrían ser las palabras: expiación, justificación, reconciliación. Aquí en este pasaje encontramos una de esas palabras pequeñas que poseen un profundo peso de significado y dan un giro total a una realidad, en este caso una realidad trágica marcada por la muerte y que “por amor” se convierte en otra realidad marcada por la vida, y no cualquier tipo de vida.
Esta porción de la Palabra que leímos nos introduce al segundo punto del mensaje:

II. BENEFICIOS DE LA GRACIA DE DIOS

1 Beneficio: La vida en Cristo: “...aún estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida, juntamente con Cristo...”
Me impresiona del Señor su capacidad de comunicarse al mundo. Él lo ha hecho desde el principio de manera creativa; la creación misma comunica la gloria de Dios. Y su plan redentor para con el ser humano y el mundo también lo comunicó de una forma muy especial: a través de la muerte y resurrección de su propio hijo.

Jesucristo pasa a través de un proceso de muerte pero por la intervención de la fuerza poderosa de Dios resucita venciendo a la muerte con la vida, y eso es precisamente lo que hizo Dios con nosotros: rescatarnos de la muerte espiritual para resucitarnos juntamente con Cristo. La muerte y resurrección de Cristo es también una genuina forma en que Dios nos comunica su plan redentor para el mundo

Por eso ese es el primer beneficio de la gracia: la vida en Cristo.

Pablo aquí nos introduce a una nueva dimensión de la historia personal y nos recuerda que no es el pecado, no es la corriente de este mundo, no es el príncipe de la potestad del aire, ni es la carne lo que tiene la última palabra en el ser humano. Es decir, no es la muerte quien tiene la última palabra!. Aquello que redefine el curso trágico de nuestra historia personal es un suceso que nace de un atributo que es exclusivo de Dios: LA GRACIA

Es entonces la gracia el acto supremo de generosidad de Dios hacia nosotros, Es el “favor” que Él nos hizo de rescatarnos de la muerte mediante Cristo sin nosotros merecerlo, en el preciso momento en que más lo necesitábamos. Y nos dice la Palabra que el motivo especial por el cual nos dio vida cuando estábamos muertos fue “su gran amor con que nos amó”.

Estoy hablando entonces de un Dios que se satisface en amar. En derramar su perdón, en ofrecer su salvación precisamente en el momento en que menos lo merecemos, como para recordarnos siempre que su carácter es el de ser un Dios de amor.

Y esta realidad de su amor se aplica no sólo al momento en que se nos hizo el llamado, sino también cuando en medio de nuestras caídas y al advertir nuestro arrepentimiento, Dios se acerca respetuoso, nos toca con su mano tierna en nuestro hombre y nos recuerda que Él está ahí, que no se ha ido, que su mano otra vez está extendida para levantar, que su corazón aún se inflama de amor para perdonar y restaurar.

2. La victoria. “Nos hizo sentar en los lugares celestiales”

Esta es una expresión que aparece sólo en esta epístola y significa que en Cristo hemos sido revestidos de su poder para vencer la muerte espiritual. En Cristo tenemos victoria sobre el pecado. Sabemos que Cristo, que es la vida, triunfó sobre Satanás, que es la muerte. Y esto lo hizo Dios, nos dice Pablo en el capítulo 1 mediante la resurrección y según la acción de su fuerza poderosa. Miremos por un momento Efesios 1: 20.

“Esta fuerza poderosa operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad, poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Y SOMETIÓ TODAS LAS COSAS DEBAJO DE SUS PIES!!!!

La victoria de Cristo sobre Satanás ya se hizo efectiva. El poder de la gracia ya venció al poder del pecado. Es en Cristo donde reside nuestra capacidad de tener victoria sobre el pecado porque junto con él hemos sido resucitado y puestos en lugares celestiales sobre todo principado y autoridad, poder y señorío, no sólo en este siglo, sino también en el venidero.

Llama la atención este contraste: Antes del llamamiento, bajo el influjo de Satanás, seguíamos la corriente de este mundo. Ahora en Cristo, nos sentamos en lugares celestiales! Antes estábamos anclados en la tierra pero ahora somos elevados a los cielos. En victoria!

Por eso dice Juan con tanta certeza:

“...porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el hijo de Dios? 1 Juan 5: 4-5

Es posible que allí sentado estés pensando: pero ¿Qué ocurre conmigo, porqué yo no experimento esa victoria sobre el pecado a plenitud? Tal vez digas: “yo trato de agradar a Dios pero termino revolcándome de nuevo en mis pasiones: mi ira, mi desesperanza, mis temores, mi deseo sexual... Por qué tantas veces termino vencido por el pecado? Y las razones de ello pueden ser:

1) Aún estamos en la carne. Esto no debemos olvidarlo. Es decir, nuestra naturaleza está caída y batallamos de continuo con el pecado. Pero ojo, una cosa es “estar” en la carne y otra “andar” en la carne.
2) Insuficiencia de Cristo. Necesitas más “estar en Cristo”, renovar tu fe. A mayor intimidad en la relación con él, mayor victoria sobre el pecado.

Precisamente por estos días el frente de nuestra iglesia se está renovando. Tomémoslo como un símbolo del Señor para nosotros, como una invitación también a renovar nuestra fe. Pero que esa renovación no sea sólo en apariencia externa, sino desde adentro.

La verdad es que en Cristo Jesús somos vencedores, aunque, escucha, aunque, perdamos algunas batallas. Y esto es porque aún no somos perfectos. La victoria ya está dada, pero se forja en nosotros al calor de la lucha. La paradoja de el “ya pero todavía no”. Dios sabe que no somos perfectos aún, pero esa es su meta, perfeccionarnos en Cristo Jesús.

Dios conoce nuestras luchas y caídas y nos respalda para levantarnos cuando advierte en nosotros un genuino arrepentimiento. Pero lo que si no tolera el Señor es nuestra hipocresía, ni que tomemos en poco su perdón. Por eso nuestro arrepentimiento debe ser genuino, esto es, “cambio radical, giro total”.

Por tanto, el arrepentimiento, así como la renovación de tu fe (estar más en Cristo) son requisitos necesarios para experimentar la victoria, que es una de los beneficios de la nueva vida en Cristo que se nos ha dado por gracia.

Recordemos: “Nos hizo sentar en lugares celestiales con Cristo Jesús”. Estos son lugares de victoria!

CONSECUENCIA: LA SALVACIÓN

Bien, si antes del llamado, cuando estábamos muertos espiritualmente vivíamos bajo una implicación que era el juicio, ahora que estamos vivos espiritualmente vivimos bajo otra implicación: la salvación.

Pablo dice que en otro tiempo éramos por naturaleza hijos de ira, pero que ahora por gracia “sois” salvos. La salvación del cristiano no es una cosa que se espera más tarde, sino una cosa realizada ya.

Qué hermosa consecuencia de la nueva vida, ¡la salvación!
Ya no estamos bajo el pecado para juicio
Ahora estamos bajo la gracia para salvación.

Si, somos salvos. Dios nos ha hecho un llamado para darnos nueva vida. Pero ¿Qué significa para Dios esto? Esta inquietud nos introduce al tercer punto del sermón.

III. PROPÓSITOS DE LA NUEVA VIDA EN CRISTO
Creo que hemos llegado al punto central del mensaje de hoy. Se nos ha dado vida en Cristo, es decir, se nos ha hecho el llamamiento para:

Primer propósito: Mostrar a las generaciones la grandeza de su gracia (v.7)
Estamos llamados a revelar la grandeza la gracia de Dios en el mundo: como si fuésemos “vitrinas ambulantes” que exhiben el carácter misericordioso y justo de nuestro Creador.

La nueva vida en Cristo nos trae salvación, nos libra del peso de la condenación pero también nos compromete a ser exponentes de la justicia del Señor.

Hoke smith lo resume: “Nuestra salvación no termina en nosotros; ni sus resultados, ni sus beneficios, ni su gloria terminan en nosotros, sino que todo es para Dios”.

Ahora ¿Cómo se convierte uno en vitrina ambulante que exhibe la abundante gracia del Señor? Pues a través del testimonio de una vida renovada. Aquellos que nos conocían antes del llamado y aún aquellos que nos conocen hoy después del llamado, deben ver que en verdad hemos pasado de muerte a vida. Debemos ser una especie de audiovisual que revela nítidamente la inmensa bondad de Dios para con los pecadores y de esa manera atraer a aquellos que aún permanecen como “zombis” muertos en vida. Atraerlos y contarles para que sean también benefactores de la salvación, de la nueva vida en Cristo.

Ése es el anhelo de nuestro amado padre: rescatar al que está muerto y darle vida en Cristo para que se convierta en un instrumento de Él e invita a otros a disfrutar de las inmensas riquezas de su gracia, de esa nueva vida abundante llena de gracia y de victoria.

Segundo propósito: Para que andemos en buenas obras (v. 8-10)
Nos dice Pablo que nosotros somos “hechura” suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras. Es decir, se nos ha dado nueva vida espiritual en Cristo para que demos frutos.

Aquí aclara Pablo que no son estas buenas obras las que nos salvan sino que es Dios, por su gracia, quien lo hace por medio de nuestra fe, y que en consecuencia a esta salvación dada por Dios, nuestra manera de vivir debe reflejar buenas obras. Entonces hemos sido salvados no “por” buenas obras, sino “para” buenas obras.

Nuestra ciudad, por este mes, celebra las “Fiestas de la Cosecha”. Demos la oportunidad a Dios cada día de celebrar las Fiestas de la Cosecha. Que el se goce recogiendo los frutos de las semillas de gracia que ha sembrado con tanto amor en nosotros.

ILUSTRACIÓN: LAS DOS CARAS DE LA MONEDA

Las monedas, como sabemos, tienen 2 lados o caras. Una es el sello y la otra la cara. Así mismo el llamado que Dios nos ha hecho tiene 2 caras: una tiene que ver con lo que Dios ha hecho por nosotros, y la otra con lo que Dios espera que hagamos para Él. Y me temo que nos hemos contentado con ver sólo una cara del llamado, la de los “beneficios” de nuestra salvación, pero nos hemos resistido a ver la otra cara, la de la “instauración de la justicia del reino de Dios entre nosotros”. Esa es la otra cara de la moneda!

Nos hemos acostumbrado a ver sólo una cara de la moneda, especialmente aquella que refleja nuestro propio rostro. Pero ¡Ay! el otro lado de la moneda es aún más bello que nuestro rostro, porque es el rostro del Señor, el rostro de su justicia!

APLICACIÓN

No debemos olvidar que Dios nos ha hecho un llamamiento a cada uno de nosotros, los que estamos aquí presentes; y ese llamamiento de vida que nos salvó de la muerte tiene 2 propósitos esencialmente: conocer a Dios y servirle. Las 2 cosas van juntas. Lo especial del asunto es que cuando le servimos es que llegamos a conocerlo más y disfrutar más de esa nueva vida. Y tal vez te preguntes: bueno ¿y cómo puedo servirle? Y yo te propongo hoy al menos una forma práctica de hacerlo: a través de los ministerio de nuestra iglesia.

Dios no sólo te ha llamado sino que también te ha dotado de dones para que los pongas al servicio de Él mediante la iglesia. Nuestra iglesia cuenta con un pull de ministerios en donde puedes empezar, sí aún no lo has hecho, a cumplir integralmente con el llamado, y estos ministerios son los siguientes:

Ministerio de alabanza y dirección de cultos
Ministerio de evangelismo y discipulado
Ministerio de Educación Cristiana
Ministerio de acción social
Ministerio de actividades recreativas e integración
Ministerio de oración
Ministerio de jóvenes

Considera, pues, la posibilidad de hacerte miembro de por lo menos uno de estos ministerios, ya que son un espacio de servicio donde puedes encarnar la nueva vida en Cristo para mostrar las abundantes riquezas de su gracia y dar fruto de buenas obras.

CONCLUSIÓN:

“Dios nos ha rescatado de la muerte dándonos vida en Cristo para que seamos instrumentos de su justicia en el mundo”.

Toda nuestra vida, todos nuestros talentos,
todo lo que hoy somos y aún lo que seremos,
sean para la gloria exclusiva de Dios
y para siempre! Amén.

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